Matías Bergalli tiene 39 años y se considera un sobreviviente. Estuvo al borde de la muerte en dos oportunidades pero su actitud positiva frente a la vida y su fe en Dios -dice- le permitieron tener “una recuperación milagrosa” para seguir disfrutando de su familia. Vive en Ramos Mejía, está casado y tiene 4 hijos (de 3, 4, 9 y 18 años); dos de los cuales son pacientes de riesgo porque tienen problemas cardíacos.
Siempre fue muy precavido. Sabía que ante el mínimo descuido podía ingresar el virus a su casa y poner en riesgo a sus seres queridos. Sin embargo, lo que temía que ocurriera pasó y el primero en contraer el COVID-19 fue él. “Me contagié a mediados de marzo de este año, supuestamente por mi sobrino ya que su maestra era asintomática y seguía dando clases como si nada pasara”, contó Matías a Infobae.
Ese día había ido a la casa de su hermano a llevarle una mercadería y se quedó charlando y jugando un rato con los nenes. “Dos días después arranqué con mucho dolor de piernas y caderas”, relató al comparar con un desgarro la sensación que sentía.
Como el dolor no era constante, no le dio mucha importancia y hasta pensó que podía ser porque había dormido en una mala posición. “Me fui a trabajar y a las dos horas me empecé a sentir con el cuerpo muy cansado. Se me cerraban los ojos como si no hubiera dormido desde hacía dos días”, recordó.
Tres horas después, frenó en una farmacia, se compró un termómetro y se midió la temperatura: tenía 39,8°. Recién ahí empezó a sospechar de la posibilidad de ser COVID positivo. Volvió a su casa, le avisó a su mujer y se aisló en una pieza hasta no tener los resultados.
Lo primero que hizo fue pedir una ambulancia al Municipio de La Matanza, que nunca llegó. Entonces, tomó fuerzas, se levantó de la cama y manejó hasta la Unidad Sanitaria de Lomas del Mirador donde lo hisoparon. “Tardaron 4 días en confirmarme que tenía el virus. Nadie me hizo ningún seguimiento telefónico y llegué a saturar por debajo del 80%. Estaba para internarme pero nadie me asistió. De todas maneras yo prefería morirme en mi casa, llegado el momento, antes que terminar mi vida solo en un hospital”, admitió.
Matías estuvo 16 días postrado en una cama con mucho dolor de cabeza y dolencias corporales. Tosía mucho, le faltaba el aire, estaba confundido y deprimido por no poder ver a sus hijos. “Estaba preso en mi propia casa, a lo que se sumaba la ansiedad generada por el confinamiento y la incertidumbre de quién iba a mantener a mi familia porque yo no podía salir a trabajar”, recordó mientras contaba que se le pasaba rezando para pedirle a Dios que ninguno de su familia tuviera que padecer sus dolencias si se contagiaba. “La única que contrajo COVID-19 fue mi mujer pero solo tuvo pérdida de gusto y olfato”, dijo al dar a entender que sus súplicas habían sido escuchadas.
A él lo único que le preocupaba era el bienestar de ellos. “Yo soy trabajador independiente, si no trabajo no cobro, y si no cobro no le puedo dar de comer a mis 4 hijos. Sentía que estaban desprotegidos y yo no podía hacer nada. Sentía una impotencia terrible y me la pasaba todo el día de mal humor. Empecé a acumular deudas y me atrasé con la cuota del auto, un Renault Fluence, que había sacado para poder trabajar después de que cerrara el hotel donde trabajaba como mozo, frente al Obelisco”, señaló mortificado al asegurar que “en unos pocos días el COVID me cambió la vida por completo y alguien se tiene que hacer cargo porque la pandemia era evitable”.
Como Matías era considerado un trabajador esencial tenía un certificado para poder circular. “Como si fuera poco todo lo que había pasado, en la App Mi Argentina me saltaba que estaba inhabilitado para conducir hasta el 5 de abril por tener coronavirus. Se ve que tardaron en cargar los datos en el sistema y tuve que estar 15 días más sin generar ingresos”, contó.
En total, estuvo un poco más de un mes sin trabajar; que se sumó a meses de ingresos flojos y de muy pocos viajes como consecuencia del cierre de negocios y actividades. “Pero gracias a Dios conté con la ayuda del pastor de la iglesia evangélica a la que asisto, que me llevaba comida y medicamentos y se preocupó porque no le faltara nada ni a mi mujer ni a mis hijos”, remarcó. Según sus cálculos, en todo ese tiempo que estuvo inactivo se privó de ganar $180 mil ya que solía trabajar unas 16 horas por día.
Tras ser dado de alta, a Matías le quedaron secuelas físicas y emocionales. “Jugaba en los torneos de fútbol interno en River y hoy en día por más que volví a jugar no puede correr más de 15 minutos seguidos porque me quedo sin aire cuando estadísticamente era el jugador más rápido del campeonato”, se lamentó.
El último año fue muy difícil para Matías. Entre julio de 2020 y enero de 2021 fue sometido a cuatro intervenciones quirúrgicas. La primera fue por una eventración que se formó porque se le desprendieron los puntos de una operación que había tenido a los 15 años como consecuencia de una accidente automovilístico. “Me hermano me estaba llevando a firmar un contrato con el Club Platense para jugar profesionalmente en la reserva, chocó y salí despedido por la ventanilla. Me sacaron el vaso y el riñón. Casi me muero, ahí volví a nacer otra vez”, aseveró al recordar su internación en el Hospital de Clínicas.
En agosto del año pasado le apareció un bulto en el abdomen y le tuvieron que extirpar la vesícula. Una semana después volvió a ser hospitalizado porque le detectaron una piedra en el estómago. “Cuando la sacaron se dieron cuenta de que había otra que se estaba yendo por un conducto hacia el páncreas y me operaron nuevamente para ponerme un stend”, detalló al narrar sus reiterados problemas de salud.
Y una vez que pudo reponerse, cerró el hotel, cambió de firma y ni siquiera fue indemnizado -a pesar de haber trabajado 4 años- porque le hacían firmar contrato cada 6 meses.
Así fue como decidió bajarse la app de Uber y arrancar con los viajes. “A mi primer pasajero no me lo voy a olvidar nunca más. Dios te pone a determinadas personas en tu camino en el momento indicado y a mí me mandó a Patricio”, recordó. Ese hombre es Patricio Poplavsky, CEO y fundador de Poplavsky International Law Offices, un bufete de abogados especializados en distintas ramas del derecho internacional que actualmente representa a 3.000 damnificados por COVID-19 en todo el mundo.
“Lo levanté en el centro porteño y como justo nos agarró una movilización el tránsito estaba cortado y tuvimos un montón de tiempo para charlar. Le conté sobre mi historia, se ve que le caí bien, nos intercambiamos los teléfonos y me siguió llamando para hacer otros viajes”, contó Matías, quien entabló una especie de amistad con el letrado y ahora lo representa legalmente.
“Del total de los casos presentados ante la justicia, el 70% pertenece a personas que padecieron COVID y se recuperaron totalmente, el 10% quedó con secuelas luego de transitar la enfermedad y el 20% a familiares de víctimas fatales”, detalló Poplavsky a Infobae.
La denuncia es contra la República Popular China, en cabeza de su presidente Xi Jinping y su Gabinete de Gobierno; y la Organización Mundial de la Salud, en cabeza de su Director General, Tedros Adhanom Ghebreyesus, por violación a la Declaración Universal de Derechos Humanos en sus artículos tercero, que se refiere al derecho a la vida, y quinto, al derecho a la integridad personal.
Poplavsky detalló que demandas expresan “daños materiales”, como la pérdida de ingresos, gastos médicos y los gastos de la víctima ante el encubrimiento de las autoridades o la falta de investigación; y “daños morales”, como estar aislado y alejado de seres queridos, con el padecimiento de miedo, sufrimiento, ansiedad, angustia, humillación, degradación, y la inculcación de sentimientos de inferioridad, inseguridad, frustración e impotencia a raíz del contagio.
Sin bien el abogado dijo que es difícil determinar los tiempos, y muchos menos en un caso de tal magnitud como este donde no hay antecedentes históricos de una denuncia de este tipo, estima que “en un plazo de cinco años pueden haber resultados finales”.
Desde Poplavsky International Law Offices afirman que los familiares de las víctimas fallecidas por coronavirus podrían cobrar aproximadamente US$ 1.000.000; entre USD 500.000 a USD 700.000 las personas que estuvieron internadas o con mayores complicaciones, y USD 200.000 los afectados que transcurrieron la enfermedad con síntomas más leves, como es el caso de Matías Bergalli.