La pregunta es vieja y difícil: ¿la realidad existe por fuera de las sensaciones que se tienen de ella? Se dice mucho de los efectos materiales de la crisis económica, pero, ¿le damos un lugar a la percepción, o sea, a cómo nos sentimos frente a un escenario negativo, objetivamente cuantificable? El Observatorio de la Deuda Social de la UCA, sí. Con su tradicional enfoque multidimensional, difundió un informe estadístico que se centra en las consecuencias cualitativas de la crisis argentina. ¿Los trazos gruesos? En 2018 más personas que en 2017 dijeron sentirse deprimidas e infelices. Y a más bajo estrato socioeconómico, las cifras fueron peores.
El trabajo abarca la serie 2010-2018 y se titula “La mirada en la persona como eje del desarrollo humano y la integración social”. Entre el comienzo y el final del período tomado se advirtió una duplicación en el número de personas que dijeron tener una percepción negativa de su estado de salud; esto es, las dimensiones física, biológica y psicológica. Entonces, mientras en 2010 el 7,5% de los consultados había mostrado una percepción negativa en ese sentido, en 2018 la cifra se alzó al 15,7%.
La felicidad también fue considerada y registró un cambio de tendencia: mientras de 2014 a 2017 el nivel de infelicidad venía bajando, en 2018 retornó el malestar registrado al comienzo de la década, con un 13,6% de personas que se consideraron “poco o nada” felices.
Solange Rodríguez Espínola, doctora en psicología, investigadora del Observatorio de la UCA y coordinadora del proyecto que emitió este documento estadístico, explicó que “el malestar psicológico se midió a partir de un test de sintomatología ansiosa y depresiva. Las variables cognitivas, al estilo del afrontamiento evitativo o negativo de los problemas, también salió de una escala breve. Así se construyó una puntuación a partir de varios ítems y se vio el déficit”.
Para arrimar un marco teórico es útil el aporte de Mario Pecheny, politólogo e investigador del Instituto Gino Germani (cuya demorada designación como director del área de Ciencias Sociales y Humanidades del Conicet iba a salir por decreto este miércoles): “Desde hace muchos años se considera que existe una sinergia entre salud y derechos. O sea que cuanto mejor salud se tiene, mejor se ejercen los derechos. Si los derechos, como podrían ser el empleo o la educación, se ven vulnerados, los indicadores de salud se ven resentidos”.
¿Por qué la autopercepción sirve para medir esto? “Porque la salud no es sólo lo que diagnostican los médicos. Hace mucho tiempo la Organización Mundial de la Salud habla de padecimiento en términos de sentirse bien o mal: el bienestar físico, espiritual y social”, explicó el politólogo.
Felicidad, Argentina año verde
Con cifras crecientes de inflación y desempleo, los datos abultados de infelicidad parecen obvios. Sin embargo, las cifras a la luz de la brecha socioeconómica son bastante dramáticas. Mientras el 4,4% de los argentinos de clase media-alta dijo sentirse infeliz en 2017, y el 6,7% se autoproclamó así en 2018, el 18,9% de quienes pertenecen al sector muy pobre se sintió infeliz en el primer año, y el año pasado, nada menos que el 22,4%.
A su vez, informa el Observatorio de la UCA, el 15% de los consultados promedio mostró tener una ausencia de proyectos personales, cifra que había bajado en los últimos años, pero que en 2018 recuperó el grosor de 2010.
Según Rodríguez Espínola, la relevancia de mirar indicadores subjetivos es absoluta: “Con lo económico subsanamos lo elemental: nutrición, educación, salud. Pero poner el acento en cuestiones afectivas y cognitivas evidencia que más allá de no tener para llegar a fin de mes, la falta de recursos económicos genera una falta de habilidades, capacidades, recursos afectivos, emocionales y cognitivos para afrontar la propia situación de vulnerabilidad. La asistencia económica no alcanza porque terminan faltando recursos mínimos e individuales para seguir adelante”.
El tema de la proactividad va de la mano de otro indicador: la “creencia de control externo”, que es la clásica sensación de impotencia frente a la necesidad de un cambio. Como cuando predomina el medio vaso vacío, o frases del tipo"nada depende de mí" ,"no está dentro de mis posiblidades mejorar las cosas, mi vida, mi entorno…"
Casi un cuarto de los consultados sintieron que no estaba a su alcance efectuar un cambio positivo en su vida. Tal vez consuele saber que el número está en baja: en 2013, más del 30% de los argentinos había confirmado la creencia del control externo.
Lo cierto es que, según el informe, “en 2018, el 21% de los entrevistados dijo sentir inquietud, agitación, desesperanza, tristeza, cansancio y nerviosismo”.
Según Rodríguez Espínola, “no todas las personas nos desanimamos frente a las crisis; algunos tienen estrategias y herramientas para salir adelante y otros no. Pero los grandes estados de depresión y ansiedad pueden llevar la búsqueda de sustancias que disminuyan la sensación de frustración: drogas, alcohol, medicamentos, o llegar a situaciones de violencia”.
A tal punto se relaciona todo con todo que, hilando fino en este informe, el 73,3% de quienes sentían malestar psicológico manifestó tener una vida sedentaria, sin actividad física. Y el 67,5%, problemas para dormir.
Agustín Salvia, director del Observatorio de la Deuda Social de la UCA, puso el acento en la panorámica: “El empeoramiento de estos porcentajes está asociado a la crisis económica y a la falta de estabilidad, pero en especial a la falta de proyección política de soluciones de la crisis económica. Se generan situaciones de estrés, ansiedad, depresión, falta de horizontes, falta de proyectos, que para los sectores vulnerables, sobre todo para los más pobres, significa la ausencia de un horizonte de salida”.
"No ayuda la apertura de grietas o debates políticos… temas que poco importan a los segmentos fuertemente afectados por el tema económico y sus consecuencias en materia psicológica y emocional”. Es clave una lenta y sistemática recuperación, junto con un clima de acuerdo político, dijo: "Sin dudas constituye una demanda, no necesariamente explícita ni claramente representada por ningún reclamador, pero es una demanda social muy importante para aliviar los problemas económicos y los psicosociales”.
Pecheny coincidió con la mirada a futuro: “Mi hipótesis es que el estar mal no es tan grave como sentirte mal y saber que vas a estar peor. Como en la imagen del túnel. Tenés esperanza de que en cierto momento vas a salir. El problema es si no tenés esa esperanza”.