Los muñecos malditos no dan respiro. A la diabólica Anabelle, que todavía sigue haciendo de las suyas, ahora se le suma el terrible Chucky, que -en estreno nacional- ha vuelto renovado de aspecto, y también gracias a los avances tecnológicos. Se trata de un relanzamiento (reboot) de aquel que saltó a la fama en 1988 creado por Don Mancini (quien nada tiene que ver con esta propuesta y está preparando una serie), que tras su furor inicial abrió la puerta a un puñado de secuelas que no alcanzaron el mismo impacto, novia e hijo incluidos.
Esta truculenta rentré dirigida por el noruego Lars Klevberg -que tiene detrás a los creadores de IT- cuenta cómo la corporación Kaslan acaba de lanzar una nueva línea de muñecos robot de alta tecnología, capaces de interactuar con los humanos y que pueden conectarse a la red y controlar desde la luz hasta el televisor, conocidos como Buddi (amigo). El emprendimiento adquiere fama a nivel mundial al punto de convertirse en el regalo perfecto para los niños. Karen Barclay (Aubrey Plaza), empleada de una juguetería, decide regalarle uno de esos muñecos a su pequeño hijo Andy (Gabriel Bateman) por su cumpleaños, con la esperanza que lo ayude. Es que Andy es un joven tímido, que no la está pasando de lo mejor en el nuevo complejo al que se han mudado. Una vez en casa, de repente, el aparentemente simpático muñeco comienza a actuar de modo extraño; y no pasará mucho hasta que descubran que no se trata de un desperfecto en el funcionamiento. La historia se remonta al trabajador que, enojado con la fábrica, le desactivó el inhibidor de violencia. Así es, ese no es un juguete común. Buddi -que en la versión original lleva la voz de Mark Hamill, el icónico jedi Luke Skywalker- tiene una naturaleza de lo más posesiva y siniestra y su comportamiento agresivo irá en alza, hasta iniciar una sangrienta oleada de muertes.