En su casa era la ley. El que daba las órdenes y se imponía aún a fuerza de insultos y golpes. Su mujer era un blanco continuo de sus ataques, pero con la llegada a la adolescencia de sus dos hijas, el jefe de hogar comenzó a desplegar otra faceta más de su repertorio agresivo: empezó a violar a sus hijas. A la mayor desde que tuvo 13, cuando se quedaba a solas con ella porque la niña no iba a la escuela y su mamá salía de su rancho en el medio del campo y recorría largas distancias a caballo hasta la Ruta 20, en 25 de Mayo, por trámites, para ver un pariente enfermo, para comprar las cosas de la casa. La hermana que la seguía en edad sufrió esos embates de su papá a partir de los 14, generalmente los fines de semana, cuando volvía de la escuela albergue a la que concurría.
Un par de años después, todo se supo. Fue porque las niñas le contaron de esos abusos a sus primas, y éstas se lo dijeron a su mamá. La versión, boca a boca, llegó a oídos oficiales el 21 de marzo de 2018, cuando esa mujer le contó del "problema" a una trabajadora social de la escuela a la que iban los chicos. Y enseguida se motorizó una investigación, por parte de las autoridades municipales y otra desde la Justicia Penal, que no tardó en caerle encima a ese puestero, que hoy tiene 44 años y el lunes próximo empezará a ser juzgado por el juez Maximiliano Blejman en la Sala II de la Cámara Penal. La acusación será ejercida por la fiscal Marcela Torres y Filomena Noriega defenderá al acusado, no mencionado para preservar a las víctimas.
Cuando le tocó defenderse, el sospechoso apeló a su papel de hombre corto, de campo, simple, con poca capacidad para comprender situaciones, victimizándose.
Pero su recurrente argumento fue evaluado por una psicóloga como un mecanismo para defenderse y ocultar una personalidad dominante, con escaso control de sus impulsos, dijeron fuentes judiciales.
Los delitos que le atribuyen al puestero tienen penas de entre 8 y 20 años de cárcel
En contra, el puestero tiene varias pruebas, como los informes sobre la situación ambiental y familiar y, básicamente, los testimonios de esas niñas ante psicólogas municipales o el ANIVI, con el detalle de cómo y cuándo ocurrían esos abusos. También, el informe de los médicos sobre la existencia de viejos desgarros en los genitales de las niñas.
En principio, se prevé un juicio común, pero todo culminaría de manera más rápida si el acusado acepta un juicio abreviado y, a cambio de una reducción de pena, confiesa su autoría en los graves abusos contra sus hijas.