
Desde hace un tiempo las corrientes naturistas vienen hablando sobre los beneficios del collar de piedra de ámbar. Un producto proveniente de Lituania que alega propiedades analgésicas y antiinflamatorias, ideal para cuando comienzan a salir los dientes del bebé.
Este collar, de pequeñas bolitas de resina fosilizada de origen vegetal, parece inofensivo pero los pediatras no lo recomiendan.
Entre sus múltiples beneficios, estas piedritas estimularían el sistema inmunológico, ayudarían a bajar la inflamación y calmar el dolor; a combatir las infecciones de la garganta, los oídos, el estómago y enfermedades respiratorias; y acelerarían la cicatrización de heridas, entre otras cosas. Sin embargo, todo está escrito en potencial porque no existe un estudio científico confiable que lo compruebe.

Según explican quienes promocionan el producto, el efecto se produce cuando el ámbar se calienta a la temperatura del cuerpo. Y es allí cuando las piedritas liberan ácido succínico que sería el responsable de todos estos efectos.
Solo existe una investigación realizada en China que compara los efectos del ácido succínico con el diazepan, que se realizó usando ratones y dictaminó que el ácido succínico tiene propiedades ansiolíticas.
El caso de Ellie
En febrero Ashleigh Ferguson alertó en su cuenta de Facebook una situación que vivió con su hija Ellie, de 21 meses, por culpa de los collares de ámbar. Una mañana fue a ver a la pequeña porque estaba durmiendo más de lo que acostumbraba y notó que estaba acostada boca abajo con uno de sus brazos enredados en el collar.”La encontré con su brazo atorado en el collar a la altura del hombro. Cómo pasó el brazo hasta ese punto, nunca lo sabré”, cuenta Ashleigh en su publicación.
La mujer explicó que afortunadamente el collar le presionó la nuca y no la garganta. “Si hubiese estado en un punto diferente… es inimaginable”, afirma. La pequeña, que usaba el collar 24/7 desde hacía 9 meses, quedó con las cuentas de ámbar marcadas en su brazo y cuello.
Esta situación llevó a Ferguson a alertar a sus amigas y a contarlo en la red social con el objetivo de que no le pase algo similar a ningún otro niño. “No es seguro, lo aprendí de una manera dura y no quiero que ustedes pasen por eso o algo peor”, afirmó Ashleigh.
¿Qué dicen los profesionales?
“Como con todas las cosas que surgen del boca a boca y de la recomendación popular, pienso que, si no hacen daño y los papás y mamás confían en que esto le va a traer bienestar al niño, no tengo objeción. Hay muchos ejemplos de acciones que uno podría llamar hasta ‘mitológicas’ y esta moda estaría incluida en esos términos”, explica a Clarín Cristina Catsicaris, medica pediatra y Jefa de Consultorios Externos del Servicio de Clínica del Hospital Italiano. Pero advierte: “Más allá de las creencias de los padres y madres acerca de lo beneficioso del uso -que por sí mismo ya es beneficioso por el llamado efecto placebo (efecto terapéutico de una droga o acción si la persona está convencida de que es así eficaz)-, no hay evidencia científica de que este collar mejore el bienestar de los niños y niñas que lo usan“.
La preocupación de Catsicaris es que muchos padres no han prestado atención sobre el posible riesgo de ahogo por estrangulamiento o atragantamiento si el collar llegara a romperse (aunque puede producirse sin que se rompa [Ver El caso de Ellie]: “En general los pediatras desaconsejamos todo aquello que pueda -sobre todo, cuando el niño está sin supervisión- traer riesgo de ahogamiento, ya sea por estrangulación o por aspiración de una de las cuentas si se rompe el collar“.
Por su parte, la doctora Cecilia Avancini, Jefa de Pediatría de Vittal, también explicó a Clarín que “asociaciones médicas de todo el mundo especializadas en pediatría y emergentología alertaron sobre los riesgos que acarrea el uso de collares de ámbar en bebés”.
En esta línea, Avancini añadió: “Algunos países los han prohibido debido a que ponen en riesgo la vida de los bebés que los utilizan y calificaron como un ‘peligrosa tendencia popular’”. Sin embargo, en Argentina todavía no existe ninguna normativa oficial que alerte a la población sobre sus riesgos o avale el uso de estos collares.
