La gira que el Papa Francisco está realizando por Myanmar (ex Birmania) y Bangladesh, países del sudeste asiático, en el estricto sentido de la palabra es más una aventura que un viaje. Esta afirmación está basada en las complicaciones que la delegación papal está afrontando tanto en el aspecto diplomático como por el riesgo de las tensiones entre los grupos religiosos que ya han provocado en la región miles de muertos y cientos de miles de refugiados.

Se trata de un viaje muy especial, en la que la seguridad del propio Papa está en juego. La tensión existente entre grupos religiosos y fuerzas militares llega a tal punto que el Pontífice no puede nombrar directamente a los rohinyas, una de las minorías musulmanas que fueron expulsadas de Myanmar y que se encuentran en carácter de refugiados en Bangladesh. Las fuerzas armadas de la ex Birmania no admiten que se hable de “limpieza étnica” como la ha calificado la ONU, pero todo indica que eso es lo que se ha hecho, ya que en el contexto de esta expulsión se han dado miles de muertes, violaciones múltiples y quema de cuerpos.

 

Los registros indican que es la primera vez que un Papa ha llegado a Myanmar, donde existe una mayoría budista y hay muy pocos cristianos. Y será la segunda vez que lo haga a Bangladesh, de mayoría musulmana que fue visitado anteriormente por Juan Pablo II.

El panorama con el que se ha encontrado Francisco en el primer país es el de la grave situación en la que se encuentran los rohinyas, musulmanes obligados a escapar del ejército de Myanmar, y que han buscando refugio en Bangladesh, generando un serio problema en ese país de 160 millones de habitantes. Los refugiados suman unas 600.000 personas que viven en pésimas condiciones, lo que ha concitado la atención humanitaria de la comunidad internacional y, lógicamente. del Vaticano.

Como un gesto de acuerdo entre ambos países, el Papa ha llegado a esa región en víspera de la puesta en vigencia de un convenio para el retorno de los refugiados a una de las provincias de Myanmar, para aliviar la tensión generada. La iniciativa incluye la reubicación de unos 100.000 refugiados en una isla desierta en el Océano Índico, que para algunos no es un lugar apropiado ya que suele ser afectada por inundaciones en la época monzónica. Los rohinyas se niegan a volver porque temen al exterminio al considerar que las garantías son escasas.

En Myanmar, Francisco ha tenido la oportunidad de dialogar con autoridades civiles y militares, entre ellas el presidente Htin Kyaw; la canciller, jefa de Gobierno y Premio Nobel de la Paz, Aung San Zuu Kyi y el jefe de las Fuerzas Armadas, general Ming Aung Hlaing. Cada uno dio su versión de los hechos que están ocurriendo en este país donde las autoridades civiles -que lograron terminar con la dictadura militar- siguen gobernando bajo la sombra de las fuerzas armadas.

En Bangladesh el Papa ha logrado ayer profundizar el pedido de “reconciliación, paz y perdón” que, según el Vaticano, era el objetivo principal de esta gira que se extenderá hasta el sábado.

Pero la comunidad internacional sabe que el objetivo estratégico del Pontífice está unas fronteras más adelante, en China. Es por ello que Francisco ha tratado de manejar cuidadosamente la situación que se vive en Myanmar privándose, inclusive, de nombrar a los Rohinyas, para no caer mal en distintos sectores de ese país que vacila entre el acercamiento de los últimos años con occidente, y el restablecimiento de lazos históricos con China comunista.

Logrando un acercamiento político religioso, a través de la mayoría budista de Myanmar, el Papa evitaría que este país pasara a la órbita china. En la práctica el Gigante Asiático contaría con un aliado menos, lo que le permitiría al Vaticano recuperar espacio en un ámbito donde los obispos católicos tienen que trabajar en la clandestinidad.