Jesús iba enseñando por las ciudades y pueblos, mientras se dirigía a Jerusalén. Una persona le preguntó: "Señor, ¿es verdad que son pocos los que se salvan?". El respondió: "Traten de entrar por la puerta estrecha, porque les aseguro que muchos querrán entrar y no lo conseguirán. En cuanto el dueño de casa se levante y cierre la puerta, ustedes, desde afuera se pondrán a golpear la puerta, diciendo: ‘Señor, ábrenos’. Y él les responderá: ‘No sé de dónde son ustedes’. Entonces comenzarán a decir: "’Hemos comido y bebido contigo, y tú enseñaste en nuestras plazas’. Pero él les dirá: ‘No sé de dónde son ustedes; ¡apártense de mí todos los que hacen el mal!’. Allí habrá llantos y rechinar de dientes, cuando vean a Abraham, a Isaac, a Jacob y a todos los profetas en el Reino de Dios, y ustedes sean arrojados afuera. Y vendrán muchos de Oriente y de Occidente, del Norte y del Sur, a ocupar su lugar en el banquete del Reino de Dios. Hay algunos que son los últimos y serán los primeros, y hay otros que son los primeros, y hay otros que son los primeros y serán los últimos" (Lc 13,22-30).

"¿Quién es mi prójimo?". Para responder a esta pregunta, que era discutida en el judaísmo y en las escuelas rabínicas de los escribas, Lc 10,29-37 presentaba la parábola del Buen Samaritano. Como consecuencia de una problemática del mismo tipo, en Lc 13 es propuesta la parábola de la puerta cerrada: "Señor, ¿son pocos los que se salvan?". Al parecer, esta pregunta circulaba en los ambientes judíos de la época de Jesús y de los evangelistas. Así, en el "Cuarto libro de Esdras", que es una obra judía no bíblica de género apocalíptico que más difusión alcanzó y la más usada por los primitivos cristianos, se lee: "Veo que en la nueva época mesiánica a pocos les llegará la alegría, y a muchos los tormentos". La pregunta que se le formula a Jesús podría encerrar una óptica de predestinación o de fatalidad: ¿uno se salva o no? Él no responde sobre el número de los salvados sino sobre la modalidad. El Señor reacciona indicando que la salvación no se logra sin esfuerzo. "esfuércense", "la puerta es estrecha". Dios tiene la iniciativa de la salvación y quiere que todos los hombres se salven (1 Tim 2,4), pero no nos salva sin nosotros. La puerta es estrecha (en griego: "sten?"). La imagen se armoniza perfectamente con la idea del esfuerzo ("esfuércense"). Es estrecha porque es la medida del niño: "Si no se hacen como niños no entrarán en el Reino de los cielos" (Mt 18,1-5). Si la puerta es pequeña, para pasar por ella deberemos hacernos pequeños también nosotros. Los niños pasan sin problemas por allí. Es que si ponemos la atención en nuestros méritos, la puerta nos resultará estrechísima: no pasaremos. Si nos centramos en la bondad del Señor, como un niño que se abandona confiadamente en las manos seguras del Padre, la puerta resultará amplia. La enseñanza es clara: haciéndonos pequeños la puerta resultará grande y haciéndonos grandes la puerta se hará pequeña. La puerta es estrecha pero está siempre abierta. Lo que Jesús ofrece no es para después, sino salvación que se inicia desde ahora. De este modo el mundo resulta más bello y más humano, donde hay constructores de paz, hombres y mujeres de corazón puro, honestos y humildes. La puerta no es para qué pasen algunos sino para que la atraviesen todos, pero para esto la voluntad humana tiene la decisión. A Dios no se lo merece: se lo acoge. Luego de atravesarla se encuentra una sala llena, con gente feliz que llegó de Oriente y de Occidente. Salvación es recibir a Dios en mí, para que crezca dentro mío la parte divina, y de este modo llegar a la plenitud que es la felicidad sin fin. La puerta es estrecha pero bella. Desde ella se divisa una sala donde los que han logrado entrar están felices. Hay sinfonía de fiesta y no hay rostros tristes. Hay una mesa tendida donde todos comparten sin pelearse. Todos allí son hermanos. La fraternidad desterró a la avaricia y al egoísmo. Todo es armonía aunque haya gente de color, de culturas diversas y de proveniencias remotas.

En un momento dado la puerta se cierra. Cuando sucede esto, quienes se encuentran fuera de la sala desean ingresar y escuchan una expresión de rechazo: "No los conozco". Ellos responderán: "Hemos comido y bebido delante tuyo", en vez de decir: "Hemos comido y bebido contigo". ¿Son pocos los que se salvan? No, ya que son muchos los que Dios quiere que se salven. La salvación pertenece a todos aquellos que se hacen pequeños para adecuarse a la medida de la puerta. Aunque cueste pasar por esta, lo importante no es el esfuerzo que se hace para agacharse sino la alegría para encontrarse de pie con el Dios de la fiesta.

 

Por el Pbro. Dr. José Manuel Fernández