El tricampeón del Súper Rugby fue como una aplanadora casi imposible de detener. Crusaders, que de medieval solo tiene el nombre, le ganó al equipo argentino 19 a 3.
No le dejó hacer casi nada, lo anuló en sus puntos más altos, lo derrumbó de a poco con sus fowards que jugaron como si fueran termitas en plena tarea de demolición.
Cuando atacaban, se agrupaban, formaban células de dos o tres jugadores lanzados como puntada, le entregaban la pelota servida a Mo’unga y el apertura diagramaba por donde entrarle a los dirigidos por Gonzalo Quesada.
Pero cuando defendían alcanzaron su clímax. Le hicieron irrespirable el juego a Jaguares, no lo dejaron pensar, lo obligaron a usar demasiado el pie y a que no tuviera demasiadas opciones para lastimarlo. Pese a esa superioridad, solo le marcaron un try convertido en el primer tiempo. El resto fueron cuatro penales.
Y tuvo al menos tres oportunidades de apoyar en el ingoal local que se frustraron por casi nada. En todas intervino Moroni, el jugador más incisivo que se lamentó cómo no pudo marcar puntos que hubieran mantenido en partido a su equipo hasta el final, pese al dominio de Crusaders.