Desahogo, lágrimas, alaridos, abrazos impulsivos, arrebatos de gestos, así fue cóctel que estalló entre los hinchas argentinos, aquí en San Petersburgo, tras el agónico gol de Marcos Rojo.

 

Porque otra vez se palpaba la pesadilla de Corea Japón 2002, otra vez afuera en primera ronda. Pero aquí, en esta ciudad mítica de zares y revolución, Argentina sacó la cabeza en medio del tsunami que se avecinaba. Tras el sudor frío que empezó a correr sobre el lomo de todos los albicelestes presentes, desde Maradona o cualquier ignoto simpatizante llegado con más que una mochila pesada a cuestas.

El oxígeno había llegado de la mano del hombre que cura casi todas las enfermedades de este equipo. Lio puso el 1-0 para llevar una tensa calma sobre la confianza que a regañadientes tenía el público.

Pero otra vez los hinchas de vieron náufragos de un mar turbulento en el que entra todo el conjunto albiceleste cada vez que recibe un golpe, el penal de Moses puso a los jugadores como pasajeros de un Titanic.

Hubo como siempre reproches a históricos, pero ya casi no había puteadas, la "tribuna nacional’ comenzó con el desánimo que lleva a la decepción y el triste desconsuelo. Vieron pasar la chance de Higuaín, esa que lo podía redimir de pifies anteriores, el VAR que apretó más que nunca la garganta con otro posible penal, pero que aflojó con el +siga, siga+ del árbitro.

Así, casi en trance los más de 20 mil hinchas que viajaron soñaban hasta el final con algún salvavidas que los sacara de esa opresión y congoja.

Cuando Rojo definió como un delantero el centro de Mercado, la descarga de miles de voltios en nervios y angustia hizo masa en un arrebato impulsivo. De ahí en más fue todo algarabía y festejo, no es para menos, la Selección está viva, y los hinchas también.