Viajar a Punta del Agua no es cosa de todos los días. Por más que se viva en Valle Fértil o en el mismo Jáchal, hacerlo demanda una logística y, principalmente, la necesidad de contar con camionetas 4×4 o bien transitar el campo a caballo. Un equipo periodístico de DIARIO DE CUYO se adentró en el campo hasta llegar al casco de la estancia y lo hizo junto a Juan Carlos Carrizo (74), que nació en Punta del Agua; a Omar Ortiz (59), allí se crió su madre y a Marcelo Benegas (70), ya que en ese lugar nacieron sus abuelos y sus padres. Todo lo que ellos sabían lo escucharon en sus hogares, cuando eran niños. Claro, aquella prosperidad que emanaban los relatos, hoy es un desierto alrededor de algunas ruinas y una escuela intacta, como si se tratara de un pueblo fantasma.
Carrizo llegó y al poco andar se separó del grupo, caminó con su cámara fotográfica los alrededores de la escuela, y alguna que otra lágrima cayó de sus mejillas. Le hablaron tanto de Punta del Agua que era una cuenta pendiente conocerlo pero le fue imposible hacerlo antes y a sus 74 años le mueve muchos recuerdos; "me contaron que acá la gente no vivía en la abundancia pero tenía todo lo necesario para no vivir en aprietos". Para "Mengueche" Ortiz, intendente de Valle Fértil, era también su primera vez en Punta del Agua. Su madre le narró detalles de la estancia y llegar al lugar, luego de una travesía sobre borrosas huellas, le abrió la puerta a una reflexión: "Ellos se movían a caballo, en burro; esa fortaleza que tenían ha hecho que nos transmitan con ejemplos. Y ver la distancia que hay a Huaco, cruzar un río como el que cruzamos… la verdad que eran verdaderos hacedores de patria", apuntó. "Me decía mi mamá que esto -señala alrededor- eran todos cultivos y había gente, mucha gente. Es difícil imaginar aquello con esto abandonado, tan seco, tan agreste", agregó Benegas.
- Aquellos interminables viajes en burro
Hasta los 16 años, Don Ireneo Carrizo -hoy de 87- vivió en Punta del Agua. Todavía recuerda los interminables viajes en burro por el medio de la nada y cruzando alguna quebrada, para llegar a Huaco o a Valle Fértil. Todavía mantiene intactas en su memoria aquellas sendas que lo guiaban. Podían tardar una semana a diez días cada viaje, ida y vuelta, una aventura inimaginable en estos tiempos. Su cuenta pendiente es volver a la estancia y aunque los problemas propios de la edad le impiden por ahora ir, su familia sabe que más temprano que tarde lo acompañarán a la tierra que lo vio nacer. Como tantos otros, se fue cuando comenzó la depresión del pueblo y luego se dedicó a la mica, en las sierras vallistas. "Cuando las piernas me lo permitan, quiero volver", dice con mucho de esperanza en su voz.